domingo, 18 de enero de 2009

Ciudad Con Ley

Una de las cosas que más he notado tras mí vuelta a la capital China, es la tranquilidad y la seguridad que emanan las calles de esta ciudad.

Todo lo contrario a Madrid. Si bien he vivido en la capital española durante toda mi vida, en estos dos años de ausencia ha cambiado tanto que puedo decir que paseando por sus calles y cogiendo su metro me he llegado a sentir algo guiri.

Para empezar cuando yo me fui de Madrid, no existían ni el metrosur ni los metros ligeros, así que mi primer contacto con estas nuevas líneas fue algo caótico: no sabía que billete tenía que sacar de la máquina, no sabía que máquina elegir para comprar el billete adecuado, y para mi asombro hay estaciones que ya no tienen ni ventallita con alguien dentro, así que me ví preguntándole al de seguridad de la estación como podía comprar el billete necesario, ya que el que yo ya había comprado y validado no servía para el destino que yo me proponía. Un jaleo. Él, muy amable, me indicó por donde salir, que billete comprar y como conseguirlo en la máquina de turno, pero me sentía tan paleta que me dieron ganas de decirle “oiga no se piense que yo acabo de llegar del pueblo y es que nunca he visto el metro eh!, que yo soy gata de toda la vida…” pero opté por no justificarme e irme con mi vergüenza a otra línea.

Me encontré con un metro muy multicultural en Madrid, más que nunca, tanto que hubo un momento en que la única española que iba en el vagón era yo. Cosa que no me sorprende, porque normalmente en Pekín la única del vagón que no es china soy yo también, así que parece que me estoy acostumbrando a eso de ser minoría en los transportes públicos.

El caso es que con los ojos de guiri con los que yo estaba viendo Madrid esos días, me resultó una ciudad tremendamente insegura. He de decir que a ello también ayudó un terrible programa sensacionalista y especialmente alarmista que vi la noche anterior en Telemadrid en el que le dedicaron cerca de una hora a los peligros de viajar en el metro: que si robos de noche, que si carteristas en cada esquina. El caso es que me entró tal paranoia que según entré en el metro me daba la sensación de que todo el mundo me quería robar y de que todos a mi alrededor eran carteristas profesionales… y todos parecían sospechosos claro.

Y en cuanto a las oscuras calles, mientras paseaba, con el bolso bien cerrado y agarrándolo contra mí y los bolsillos vacíos por si acaso, me iba acordando de una amiga francesa que me había encontrado meses antes en Pekín. Al verme me contó que su hermana pequeña se había mudado a Madrid para estudiar en ICADE. ¿Y que tal le va? Le pregunté. Bueno, contestó ella, el primer día, según llegó, le robaron el bolso a punta de navaja cuando volvía de la universidad. Ah!, que bien, que orgullosa me siento de mi ciudad natal, pensé.

Eso es algo que nunca he oído en Pekín. Ningún robo a mano armada, ningún amigo al que hayan atracado o dado un tirón o abordado en un cajero. Nada.

Siempre recordaré algo que me pasó uno de los primeros meses a nuestra llegada. Viniendo de una ciudad como Madrid, lo primero que hicimos fue preguntar, mapa en mano, a que zonas era aconsejable no ir o que barrios no debíamos frecuentar por motivos de seguridad personal. Nuestro interlocutor nos miraba con los ojos muy abiertos y una medio sonrisa incrédula sin terminar de entender que era exactamente lo que nos preocupaba. El caso es que nos dijeron que no había problema que la ciudad era muy segura. Y cierto es.

Una noche, iba con mi novio paseando por un oscuro y solitario hutong, sin asfaltar y sin alumbrado eléctrico a eso de las 5 de la mañana, cuando de una esquina salen tres chinos (lo normal cuando estás en China, vamos) los tres con pinta de mafiosos vestidos con un traje negro y camisa blanca (los calcetines seguramente también serían blancos, pero no se los vimos). Si yo me hubiera encontrado con semejante estampa en un callejón de Madrid, me hubiera muerto del miedo y del susto al instante, sin embargo en Pekín, ellos siguieron su camino, nosotros el nuestro, y sin más aquello pasó a ser una anécdota de la aprensión con la que vivimos los que residimos en ciudades con una criminalidad y peligrosidad considerable.

No digo que en Pekín no haya robos, ni atracos, lo que digo es que no son algo ni común ni habitual. Y la verdad se respira una tranquilidad que da gusto. No tienes que ir siempre pendiente del bolso, o de lo que llevas en los bolsillos, y no tienes que andar por la calle sospechando de que todo el que se te acerca lleva malas intenciones. Y sinceramente eso me parece un lujo.

Esta seguridad puede ser debida a muchos motivos, no todos ellos deseables, claro, pero sea debido al semi estado policial que reina en el país, o por el miedo que tengan sus ciudadanos a las represalias, siendo los contras mucho mayores que los pros o los beneficios resultantes del crimen en sí. Sea por lo que sea, el caso es que aquí se puede pasear tranquilo.

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