jueves, 30 de octubre de 2008

Nuestros pequeños amigos asiáticos

Hoy un taxista me ha dado un alegrón, y a la vez me ha dejado congelada de sorpresa.


La historia ha sido algo así: Me subo al taxi, le indico al conductor donde ir, y le doy una mínima indicación (y digo mínima por que solo tenía que seguir recto por una avenida), para que sepa que conozco el camino y no intente darme una vuelta innecesaria. Me repite el itinerario:


- Todo recto, ¿verdad?

- Si, todo recto.


Hasta aquí todo normal. Pasados 15 segundos, me pregunta que de dónde soy, le contestó que de España, y muy sorprendido, me echa una mirada incrédula asomándose por el espejo retrovisor, y como si no se lo creyera, se da la vuelta y me vuelve a mirar detenidamente (y sí, todo esto sin dejar de conducir y sin prestar atención a la carretera).


Con su cara de sorpresa y volviendo a su indiscreto escrutinio a través del espejo, me lanza una pregunta que me ha dejado helada:


- ¿Y entonces, quien es chino, tu padre o tu madre?

- Ninguno de los dos. Ambos son españoles. – le digo no entendiendo muy bien que es lo que está pasando.

- ¿Entonces no tienes familia china?- me repite como si le estuviera mintiendo.

- No, no tengo ningún pariente chino, ni descendencia china.

- ¿Y cuanto dices que llevas en China?

- Casi dos años- le contesto.


Parece que se da por satisfecho y la conversación sigue por los derroteros acostumbrados cuando le dices a un chino que eres español: Que si los toros son españoles, que si todos toreamos… lo normal, teniendo en cuenta que cada sábado la televisión nacional China, la CCTV, retransmite (nunca he terminado de entender por qué) las corridas de toros españolas.


El caso es que el alegrón me lo ha dado porque, como me ha dicho una amiga mía después, se ha podido equivocar, y pensar que soy china, por mi estupendo acento mandarín-pekinés. Me gustaría pensar que así es, pero la verdad lo dudo.


Por otro lado su comentario me ha sorprendido por lo obvio: los extranjeros en China son fácilmente reconocibles, y nos supone un problema en algunas situaciones, por ejemplo en el momento de regatear y conseguir un precio chino y aceptable.


De hecho, el otro día fui protagonista de una conversación, que la verdad hizo que me enfadara en exceso: Estaba en un mercado chino con un amigo que había venido de visita, y él quería comprar un scroll chino, uno de esos desplegables con pinturas o caracteres para colgar a modo de decoración. El caso es que la vendedora nos da un precio demasiado alto. Y sabemos que era demasiado alto, porque unos días antes ya habíamos comprado, en otro mercado, unos cuantos iguales a un precio bastante más bajo.


Le explico esto mismo, y ni corta ni perezosa, me dice que ya lo sabe, pero que no me puede dar un precio más bajo porque soy laowai, osea, extranjera, que si fuera china si me lo podría dejar más barato. Debí quedarme pálida en el sitio, y en ese preciso momento lamenté no haber aprendido más “palabras feas” en chino, como las llama mi profesor.


Lo peor de esto es que era el último día en Pekín de mi amigo, y pese a mis protestas y ruegos, decidió que era su última oportunidad de comprar el scroll que era un regalo que tenía pendiente. La respuesta de la señora, por no llamarla de otra manera, no me sorprendió por su contenido, sino por que tuviera el rostro de soltarme semejante barbaridad a la cara.


Los laowais ya sabemos que con nuestras caras de blanquitos y nuestros ojos redondos estamos en desventaja, y sabemos que eso es precisamente lo que todos los comerciantes piensan cuando nos miran, y ven simplemente huchitas cerdo a la que dar un martillazo y vaciar, pero lo que desde luego no esperamos, es que nos lo digan de manera tan descarada.


Pero volviendo al error del taxista: luego pensándolo se me ha ocurrido que, llevando un corte de pelo chino (algo casi inevitable cuando vas a una peluquería local durante varios años), un moreno casi transparente (algo que tampoco puedes cambiar tras dos veranos en el país), y las gafas de sol puestas, el conductor simplemente no se ha fijado en que mi cuerpo es como si pusieras a dos chinas juntas.


Y es que esa es otra de las grandes diferencias que saltan a la vista entre la mayoría de las asiáticas y las occidentales: la propia constitución del cuerpo. Las occidentales tienen unas caderas, un trasero y un pecho lleno de curvas, de las que las asiáticas en su mayoría carecen.


Y esto, la pequeña constitución de los asiáticos, me recuerda a una curiosa noticia que leía ayer, sobre uno de nuestros países vecinos en este lado del mundo:


Vietnam está pensando en prohibir a gente con el pecho pequeño poder conducir motocicletas


Según la información de Associated Press, el ministerio de sanidad ha anunciado recientemente que aquellas personas con pechos (cajas torácicas) de menos de 71.12 cm. se les podría prohibir conducir motos. La prohibición se extiende a aquellas personas que sean muy bajitas, muy delgadas, con sinusitis, un hígado de gran tamaño o alguna otra condición médica.


Esto forma parte de un exhaustivo paquete de medidas que intenta asegurar que los conductores vietnamitas tengan un buen estado de salud. Las restricciones cubrirían la mayoría de los 20 millones de motocicletas en uso en Vietnam, pero no serían aplicables a coches y camiones.


Lo que ocurre es que las motos corresponden al 90 % de los vehículos que circulan por las caóticas carreteras de este país asiático, que de paso os diré, son consideradas unas de las más peligrosas del mundo.


Y claro en un país de gente pequeña y escaso poder adquisitivo (donde la motocicleta ya os he dicho que es el transporte estrella) las medidas han causado horror entre la población, cuya mayoría ya teme tener que apearse, en este caso, de la moto, por motivos de tamaño.


Para que os hagáis una idea de las proporciones de los vietnamitas, según Associated Press, en Vietnam, el hombre medio mide 1,64 metros y pesa 55 kilos, y la mujer mide 1,55 metros y pesa 47 kilos.


Así que, por lo menos, ya se que si voy a Vietnam, yo no voy a tener ningún problema para conducir una moto. ¡Y es que alguna ventaja tenía que tener sacarles dos cuerpos y dos cabezas a las delicadas mujeres asiáticas!


¡Para que luego digan que el tamaño no importa!

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